ACERCA DE MI AMIGO HERNANDO CAMARGO QUIJANO
Por Arturo Robledo Ocampo 9/12/05
Vengo tratando a Hernando “el mono” Camargo desde cuando éramos estudiantes en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, en la quinta década del siglo pasado.
Como colega, recuerdo su trabajo de tésis sobre un Centro de Investigaciones en la Serranía de la Macarena. Trabajo minucioso nacido de una atención respetuosa a sus particulares circunstancias de lugar, recursos y propósito. Temprana aparición de inquietudes ecológicas y premonición del abandono futuro. Mas tarde coincidimos un tiempo en el taller de diseño de Cuellar Serrano Gómez bajo la tutela de nuestro querido y admirado Gabriel Serrano Camargo. Después coincidiríamos de nuevo en la Universidad en labores académicas.
Siempre me impresionó su contextura maciza y su trato áspero, más inclinado al antagonismo que al protagonismo. Es este aspecto, por igual de apariencia física como de personalidad, esa inconmovible solidez que se transluce en su actitud ante la vida, que trataré de penetrar temerariamente. Para ello recurro al campo antiguo y familiar de la geometría y a nociones de astrología.
Encuentro esa solidez en uno de los libros de cabecera de la profesión: Acerca de la Divina Proporción, escrito por Luca Pacioli, publicado en 1509 y dedicado a su protector, Ludovico Sforza “el Moro”, señalando “cómo el saber tiene comienzo en el ver”. De la sección áurea llega a los cinco sólidos platónicos que construye, analiza y describe matemáticamente, el primero de los cuales es el TETRAEDRO REGULAR. Siendo el más elemental es el más universal y eficiente como que está presente en los otros cuatro y es la base de la estructura orgánica. Lo configura un mínimo de componentes: cuatro triángulos equiláteros, cuatro vértices o puntas y seis aristas, y la menor esfera inscrita. Es el único cuyas caras se encuentran todas contiguas. Una solidez cristalina, indeformable e irreducible, como veo la de nuestro buen amigo “el coronel” Camargo.
El tetraedro HJCQ es muy estable. Sobre el plano horizontal del terreno descansa una de sus caras que adquiere carácter natural. En el extremo superior se sitúa el vértice que mira al cielo. Esta configuración cuaternaria corresponde, no a una cruz, sino a cuatro direcciones y cuatro extremos que son resultantes de las tensiones equivalentes conducidas por las tres aristas que concurren al punto respectivo.
Por los vértices de la base pasan las direcciones de los elementos del mundo terrenal: agua, aire y tierra, mientras por la cuarta cruza el elemento fuego. Las cuatro dimensiones-elemento tienen su origen en el centro de gravedad, el mismo de las esferas conjugadas.
Estas cuatro direcciones son otros tantos vectores de pasión o amor encarnados en modelos que inspiran el desempeño vital del sujeto en consideración conforme a su respectiva naturaleza. El orden de los elementos es el inverso de la aparición de los elementos en la astrología, pero lo encuentro más adecuado para la descripción del caso Camargo. Veamos:
El agua es la emoción, inconsciente, subjetiva y reactiva. Es el medio de la fluidez y de la sensibilidad. En éste extremo la inspiración y guía fluyen como un torrente de la arquitectura de Le Corbusier.
La tierra es la energía. La materia como belleza e ilusión, lo físico en todas sus formas, lo práctico, la sensualidad, la cautela, el recato. En éste extremo discurre Carlos Marx, filósofo del materialismo dialéctico y de la sociedad sin clases.
El aire es el pensamiento. Lo intelectual. Completa el trípode de sustentación terrena: es el mundo de la comunicación, de las relaciones, la actividad rítmica y es primordialmente humano y verbal. En éste extremo canta el poeta Leon de Greiff.
Finalmente el fuego es la intuición. Signo de la vitalidad, la energía espiritual, el optimismo y lo subjetivo. Si en los vértices de la base encontramos acomodados a tres venerables ancianos, todos con nombre propio y oficio conocido, aquí no hay una persona sino media humanidad: la mujer. Tengo noticia y malicia que hubo muchos nombres y pasiones, intensamente temporales. Me consta que a este extremo invitó a un arquetipo: Marilyn Monroe.
Los vectores, hacia el exterior del sólido pueden prolongarse de acuerdo con la capacidad de amar o de apasionarse, para asegurar una mejor posesión del mundo, pero en sentido contrario los limita el encuentro con los otros elementos en un punto, desde el cual irradia un quinto elemento que en la época de Pacioli llamaron la quinta esencia, el elemento individual.
Concluyo afirmando que la quinta esencia de Hernando Camargo, su esfera interior se llama INTEGRIDAD.
Q.E.D.
Arturo Robledo
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